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jueves, 25 de abril de 2013

Grilletes, sangre, y amor

Abro la ventana, los rosales siguen húmedos a causa del rocío de la noche. 
Le miro, sigue durmiendo plácidamente con la boca abierta y los brazos y piernas cayendo por ambos lados de la cama. Sigue llevando puesta la ropa del trabajo, una bata blanca de pediatra impecablemente limpia. 
Los primeros rayos de sol de la mañana se ven aún más bellos reflejados en su rostro. 
No puedo evitar sonreír al recordar el porqué de su presencia en mi casa esta mañana, anoche le llamé porque tenia una pesadilla horrible. 
Me acosté tarde, el insomnio que me provocó el último café de la tarde que no debería haber tomado me estaba torturando, y finalmente después de recorrer no se cuantas veces los canales de la TDT, y dar otras no se cuantas vueltas en el sofá, decidí meterme en la cama. 
Tras conciliar el costoso sueño aún bajo los efectos de la cafeína, empecé a tener una pesadilla, en la que mis padres caían al completo vacío. 
No sería tan espeluznante si no estuviesen atados entre si por unos grilletes de hierro oxidado que se sujetaban a las muñecas de ambos con un clavo introducido justo en el centro de las mismas, que los dejaba completamente de espaldas el uno del otro y con las manos colocadas sobre la nuca. El roce de los grilletes era el único sonido que se oía resonar durante la caída. 
Me desperté cuando un gran charco de sangre salpicó sobre un fondo negro.
Mis padres habían desaparecido completamente y lo único que quedaba de ellos era un enorme lago de sangre y un rosal saliendo del centro con un gran libro de tapa verde. 
Con la angustia, el llanto y el temblor aún en mi cuerpo, por fin consigo marcar el número de mi esposo. 
Edgar llegaría del trabajo en media hora para hacerme compañía en una noche tan extraña. 
Mientras espero ansiosa su llegada, voy preparándole algo de cena e intento buscarle sentido a mi sueño. Llego a la conclusión de que tal vez mis padres muriesen un día de San Jordi, por lo de las rosas y libros, pero tampoco le encuentro la lógica, yo era muy pequeña cuando murieron, jamás recordé sus rostros. 
He llevado un día muy atareado, he llevado a Montana (nuestro doberman) a la playa, he ido a hacer la compra de la semana, he hecho las tareas de casa y luego he salido con mis amigas a tomar café y charlar. 
Oigo la puerta, al girar el cuello ya le tengo besándome lenta y tiernamente la nuca. 
Le amo. Llevamos felizmente casados dos maravillosos años. 
Cuando libera mi espalda de sus besos tan cariñosos y a la vez acosadores observo que tiene las manos escondidas. De repente un enorme dragoncito de peluche con una rosa entre los dientes hace que se me salten las lágrimas, he estado tan ajetreada todos estos días que ni siquiera me acordaba de que era San Jordi, ¡Pero que detallista y encantador es mi esposo!¡Ahora es el momento! Amor... Estoy embarazada y me gustaría llevar unas rosas rojas a mis padres, ellos también merecen celebrar esta gran noticia, y este gran día.

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